El río tiene el poder de convertir la tristeza en melancolía; el sonido del agua atempera las penas y acompasa el dolor, lo mece en un regazo de olvido. Su rumor nos trae voces del pasado, pero no nos gritan ni nos hablan de cosas desagradables, nos las trae de la distancia, amortiguadas por el sonido del agua.
Su carácter metafórico ha inspirado a grandes escritores. Faulkner conocía su poder enigmático y lo utilizó en varios de sus relatos. En una de sus mejores novelas ‘Mientras Agonizo’ nos relató la odisea de los Bundren, una familia de blancos pobres del sur del país que se ven obligados a transportar el féretro de la madre recién fallecida. En su camino se enfrentan al reto de trasladar el cuerpo sin vida de una orilla a otra del río. Es un relato que fluye con diferentes monólogos interiores de los miembros de la familia, que, como los meandros de un río, confluyen en una idea básica: el hombre debe llevar una pesada cruz a cuestas en su paso por la vida. También es un alegato contra la familia, ese lugar tan seguro y querido, pero que también puede convertirse en el peor de los infiernos.
El escritor norteamericano escribió que la muerte de una madre se parece a un pez muerto; su prosa contenía verdades eternas que hay que desentrañar con la paciencia de un minero. Su legado literario era imaginario pero a la vez indisociable a su lugar de nacimiento, muy cercano al Misisipi. El gran río sureño fue también fue protagonista en las andanzas de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, inolvidables personajes creados por Mark Twain, ese Dickens del sur americano.
Se puede llegar a mantener que la historia de la novela norteamericana del siglo XX transcurre por dos inmensos ríos; uno parte de Faulkner, la máxima figura de la generación perdida, que produjo una prosa profunda, alambicada, sugerente, circular y poemática. Su legado se concretó en la pluma de Richard Ford y el último exponente de esta forma de entender la literatura puede ser Cormac Mc Carthy. El otro regaría los márgenes del realismo norteamericano más inmediato, con Hemingway a la cabeza. Su estilo fue seguido por John Irving y el último exponente es Paul Auster. Estos escritores estuvieron más cerca del periodismo y del cine y su prosa es más accesible al gran público.
El término ‘río’ también ha servido para definir a grandes monumentos literarios, desde ‘La Comedia Humana’ de Balzac hasta ‘A la Busca del Tiempo Perdido’ de Proust, llamándose novelas-río. Otra obra imperecedera fue ‘El Corazón de las Tinieblas’, escrita por Joseph Conrad, que discurrió por las tenebrosas aguas de un río africano. El libro se convierte en un viaje por el miedo ancestral de lo desconocido hasta el límite de la razón humana.
También ha sido protagonista como en la novela ‘Don Apacible’ de Mihail Shólojov o en ‘El Danubio’, de Claudio Magris. Es esta una novela especial, un libro que, como un afluente, nos lleva a otros libros y a otras historias, siempre de la mano de uno de los escritores más cultos de nuestro tiempo. El escritor italiano reflexiona sobre el carácter de los pueblos europeos que tienen el privilegio de asomarse al Danubio. Además, el libro, que está lleno de referencias literarias, explica el sentido último de la Literatura, en su misión redentora e iluminadora. Magris compara el Danubio con el Romanticismo y escribe que los escritores del Sturm und Drang creían que el arte debía parecerse al torrente de un juvenil río. Como buen romántico cree que la literatura resguarda de la ausencia y que la poesía es un estado superior a la propia vida, por eso canta la majestad del fracaso. “Es posible que el más sincero amigo de la vida no sea el pretendiente que la corteja con adulaciones sentimentales, sino el torpe enamorado rechazado que se siente expulsado de ella, como un viejo mueble usado”.
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