viernes, 23 de diciembre de 2011

Jane Eyre, un hito del romanticismo

Las Bronte representan un caso insólito en la literatura mundial. En algo menos de dos años, entre 1847 y 1848, tres hermanas escritoras publicaron tres de los libros más influyentes en la historia de la literatura inglesa: Jane Eyre de Charlotte; Wuthering Heights de Emily y The Tenant of Wildfell Hall de Anne. Las tres unidas por un mismo grito de desesperación romántica.
Para algunos críticos Jane Eyre es la primera novela romántica de la literatura inglesa, para otros, sin embargo, navega entre dos aguas, la romántica y la realista porque      –aducen- la razón domina la trama. En mi opinión, aunque es verdad que Jane Eyre evoluciona de una rebeldía anticristiana (sin duda marcada por la influencia que Lord Byron ejercía en aquella época) a una suave resignación de marcado carácter cristiano, la forma y el fondo del libro no pueden ser más románticos.
El paisaje es un elemento esencial en este género y los desolados páramos de Yorkshire marcan el ritmo de las páginas de la novela. Cielos brumosos, parajes desolados, escenarios de piedra, hondos valles mojados por el rocío, altos páramos ventosos; todas estas imágenes se asocian irremediablemente con las ruinas espirituales que atormentan a los personajes. La opresiva educación victoriana provocó una reacción contraria en el arte y fomentó un individualismo que buscaba la soledad y la exaltación de los sentimientos.
Ese estado de ánimo buscaba la verdad (Dios) en la naturaleza y en el mundo espiritual, negando así la supremacía moral de un mundo al servicio de la hipocresía. El marco de paisajes y ciudadelas tenebrosas de las obras del romanticismo son el reflejo de la desolación de las almas perdidas, de los personajes sin rumbo, que no se apaciguan ante el deber ser y que buscan un alma gemela que también vague por regiones ultraterrenas. El romántico se concibe a sí mismo como un ser libre, que busca la verdad y no acepta leyes de ninguna autoridad y, aunque es verdad que algunos representantes de este movimiento cuestionaron -al igual que los defensores de la Ilustración- los dogmas religiosos, al mismo tiempo necesitaron fundirse con un orden espiritual superior para poder realizarse plenamente.
Para estos seres la muerte se concibe como un dulce consuelo porque ayuda al espíritu a llegar a la plenitud y es ahí es donde el Creador cobra sentido; es un Dios visto desde la posibilidad de realización y no desde la incapacitación o castración de la potencialidad humana, de los sentidos. Por eso la antireligiosidad de los protagonistas de estas novelas es una reacción a la aplicación del dogma cristiano por parte de la opresiva sociedad victoriana, no hacia la religión en su sentido más espiritual. El sentido religioso del romántico nace de un sentimiento interior, de una intuición e inclinación hacia lo bello, lo misterioso, lo oculto.
Los dos personajes más importantes del libro, Jane Eyre y el señor Rochester, ansían fundirse con el Creador, porque en esa fusión alimentan sus esperanzas amorosas; son amores que traspasan la idea burguesa del matrimonio por conveniencia; son de otro mundo y por eso marcan toda una vida. El romántico asocia el amor con la muerte, pues este amor precisamente acrecienta la sed de infinito, de unión con el todo. Estos dos personajes son el contrapunto al resto de personajes de la novela, que acatan el credo victoriano. Ellos, en cambio, no pueden acatar dichas normas, porque les alejan del ideal, de la verdad.
El precio por esta independencia es el profundo sentimiento de soledad y angustia, sólo liberado por el encuentro con un alma gemela. Aquél que rompe con el orden impuesto, el que busca fundirse con lo eterno en vida, sólo puede hallar incomprensión y vacío en los demás.
Charlotte y Emily Bronte dejaron dos de las novelas más románticas que se han escrito, recogiendo en parte la tradición anglosajona de la novela gótica. Ambas fallecieron de tuberculosis, la más romántica de las enfermedades.
Gonzalo de Santiago