lunes, 11 de marzo de 2013

Moby Dick, la novela blasfema



El final de Moby Dick es uno de los más bellos y terribles de la historia de la literatura. El barco ballenero ‘Pequod’ hundiéndose en un mar tornasolado, de colores fulgurantes, rojizos, como salidos de la paleta de Turner; un naufragio provocado por la locura obscena de un hombre obsesionado por retar a la creación. Ese hombre es el Capitán Ahab, protagonista del libro de Melville que, como Prometeo o Falstfaff, es la continuación de aquellos héroes que se enfrentan a la divinidad. Es un hombre marcado por la amputación de su pierna a cargo de la gran ballena blanca ‘Moby Dick’ y que, en su afán de venganza, se hace de nuevo a la mar para encontrarla y matarla.

Según el crítico norteamericano Harold Bloom, Moby Dick es la novela americana por excelencia, es su Quijote, aunque sin la ironía y el humor del libro de Cervantes. Como el Ulises de Joyce, navega por todos los géneros; desde la prosa más barroca a la más limpia, desde piezas teatrales a mayestáticos monólogos y poesía. En medio de estos arranques poéticos coexisten largas digresiones que, en opinión de algunos, entorpecen la narración. Es verdad que algunos pasajes pueden resultar pesados, pero otros son imprescindibles porque ahondan en el espíritu del libro. Son por ejemplo aquéllos que se refieren a la vida de los marineros en alta mar; el libro es un auténtico tratado de la vida ultramarina. Estas interrupciones en el discurso narrativo responden a la ya desfasada idea del valor enciclopédico de la novela. Otros trazos que interrumpen el discurso se sumergen en ideas metafísicas, como el horror ante lo blanco, ya tratado anteriormente por otros autores como Allan Poe. Algunos críticos, de hecho, sostienen que Moby Dick no es sino la continuación de aquel fascinante libro de aventuras que fue ‘Las aventuras de Gordom Pym’, intento que también emuló H.P Lovecraft con la novela ‘Las Montañas de la Locura’.

En todo caso leer este libro es una experiencia estremecedora; el lector se hace partícipe de esta gran blasfemia, como denominó John Houston a la novela que se encargó de llevar al cine. La blasfemia de alguien que quiere retar el mundo por su ciega idiotez, por su sin razón, por su violencia. En este sentido, es una novela simbolista y el animal marino no es sino la alegoría de lo indescifrable, de lo desconocido. ¿Dios? Más que Dios la naturaleza que somete al hombre, el mundo visible que lo constriñe entre sus rígidas paredes y, al final de todo, la muerte, pesada losa que nos oprime desde que nacemos.

El Capitán Ahab reta a un Dios chapucero que permite que una bestia como una ballena domine al ser humano. No se somete, como el común de los mortales y asume un rol que no le corresponde. Ahab es todo aquél que se rebela ante los dictados de un supuesto Dios que juega despiadadamente con el sufrimiento humano. En esa clave metafísica debe leerse la novela. En uno de los momentos más intensos del libro dice: “Pegaría al mismo sol, si me ofendiera”. En su locura vive obsesionado con vengarse de todo aquello que permanece fuera de nuestro logos. El resto de tripulantes se ven arrastrados en su viaje al infierno, salvo Sturbuck, el primer oficial, que asiste anonadado al cambio en la actitud de la tripulación, que se contagia de la locura de su capitán. 

Sturbuck representa la visión cristiana del mundo. Según algunos críticos Melville pudo haber llegado a abrazar el gnosticismo, teoría que defendía que el dios que domina el mundo no es más que un impostor y que el verdadero creador fue expulsado y permanece fuera del cosmos. En el libro está representada esta creencia y el zoroastrismo, en la figura de Fedalla, el misterioso arponero que actúa como guardián de Ahab. Estas tres religiones coexisten en un equilibrio difícil.

El libro, por otra parte, es un auténtico tratado de cetología y de la vida en el mar, en unos tiempos en los que la ballena era tan importante por sus recursos para la vida cotidiana. Además, todos aquellos entusiastas de las novelas de Stevenson y en concreto de ‘La Isla del Tesoro’ reconocerán semejanzas en los primeros capítulos del libro; aquéllos que narran la llegada de Ismael al pueblo pescador de Nantucket y la descripción del ambiente marino en las tabernas del pueblo, genialmente retratado, con gusto poético y romántico, por John Houston.

En última instancia el libro también enseña cómo enfrentarse a la muerte. Como el capitán Ahab, hay que caminar hacia ella orgullosos, altivos y con media sonrisa en el rostro.

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