Apollinaire nos enseñó que el tiempo es esa lejana hipótesis que un buen día se nos presenta con ruido de tambor; por eso es el poeta que mejor lo ha definido. Al final, gran parte de la literatura se ha resumido en medir las consecuencias que el tiempo va dejando en nosotros. Si la literatura es un ajuste de cuentas con la vida, la poesía lo es con el tiempo; esa ola que va engullendo todo lo que somos, lo que representamos, lo que queremos.
Leyendo sus poemas entendemos que nuestra corta existencia al final se hace larga, porque el tiempo se encarga de desnudarnos en la segunda etapa de nuestra vida y pasamos un largo invierno antes de la muerte, tiritando de nostalgia. Proust creía que no merecía vivirse esa segunda parte y por eso renunció a su madurez y se dedicó a describir su juventud durante varios años antes de su temprana muerte. Para él la segunda mitad de la existencia sólo era un pálido reflejo de la juventud y buscó en el tiempo un refugio que la vida ya no podía darle.
Esta es la misma idea que desarrolla Julian Barnes en su última novela ‘Nada que temer’. Sí, que la vida es corta, “pero suficientemente larga para hartarte de ella”. Es suficientemente larga para que palidezcan los coloristas ropajes que han vestido nuestras primeras ilusiones y uno no puede dejar de sentirse estafado.
Apollinaire también escribió que, aunque nuestra existencia es corta, las horas llegan a pasar con la lentitud de un entierro y que incluso llegamos a recordar los sufrimientos y las penas con cierta nostalgia, por haber sido parte de un pasado que se nos ha ido como arena entre los dedos, un pasado que siempre se presenta en nuestra memoria entre marcos dorados. “Llorarás la hora en que lloras, que huirá rápidamente, como pasan todas las horas”. También se acordó del Sena para describir el tiempo; un río que pasa indiferente, empapando nuestros proyectos: “Pasan los días y pasan las semanas, ni el tiempo pasado ni los amores vuelven. Llega la noche/suena la hora/los días se van/yo permanezco.
El poeta francés fue un gran amante de la pintura, tal vez porque es el único arte que logra detener el tiempo. La pintura logra lo que nosotros no podemos alcanzar, que un instante se eternice, que por un momento no nos sintamos tan vulnerables.
El hombre debe aprender que la vida le va despojando de lo más querido, poco a poco, sin crueldad aparente, y que debe permanecer acodado en la desesperanza, a la espera de la última llamada. El poeta que mejor definió la impotencia del hombre ante la muerte es Juan Ramón Jiménez: “Yo me iré y los pájaros seguirán cantando”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario